
Citemos el caso que vivimos una semana atrás.
Volvíamos de una salida, caminando por Alvear y Ayacucho, llegando ya casi a
No había muchas alternativas, ser acosadas o fractura expuesta de tibia y peroné.
La inclinación de la calle acompañó nuestra decisión y con las últimas fuerzas de nuestras rótulas llegamos a la esquina planeada como lugar seguro, un bar… un bar que estaba cerradísimo! Ahí nos vimos solitarias y es cuando comenzó el pánico.
Es curioso como en situaciones que consideramos de riesgo reaccionamos de maneras opuestas. Esta vez yo conservé la calma, preocupándome por la salud respiratoria del susodicho, mientras le esbozaba sonrisas cargadas de seguridad en mi misma para disipar el miedo; pero nada de eso serviría si atrás estaba Vicky, paralizada, sin sacar siquiera las llaves y repitiéndole “¿la podés cortar?” con un potente gesto manual.
Resultó ser que nos corría para invitarnos a tomar algo con ellos. Nos corrió ¡una cuadra y media! en bajada para decirnos eso, sin escrúpulos, sin pensar en nuestras piernas ni en nuestra estabilidad emocional.
Barajamos la teoría de que nuestra autoestima depende 100% de los sujetos que se acercan a seducirnos. A juzgar por ciertos personajes que se aproximan a veces evaluamos seriamente, ¿qué los hace pensar que estamos dentro de sus ligas? Y esto no significa que nos pensemos bombas inalcanzables! Sino que hay ciertos códigos que parecieran no leer.
¿Qué le hace pensar a un hombre de artificial bronceado, con pelo engominado, jean al vacío y zapatos de traje, que una mina, bailando ensimismada, casi sola, y en perfecta combinación estilística va a picar? Es un enigma, no queda otra que considerar que son kamicases, que les gusta ser rechazados, solo quizás para decir que las mujeres estamos todas locas y desbordamos histeria.
La realidad es otra, nos deprime soberanamente que se nos acerquen hombres que no comparten ni media afinidad con nada que nos gusta. Nos hace sentir que no pertenecemos a ningún lado…